El jueves 16 de junio de 2022, alrededor de las 1530 horas y tras un período de lluvia ligera que inició al mediodía, un rumor se propagó con rapidez en redes sociales. La noticia causó incertidumbre entre los operadores y particular asombro entre el personal de controladores de tráfico aéreo (ATC) del Aeropuerto Internacional de Ilopango (ILS/MSSS), responsables de gestionar todo el movimiento en el espacio aéreo circundante, ya que se afirmaba que una aeronave se había accidentado en el Cerro de San Jacinto (1,153 msnm), un punto geográfico ubicado a dos y media millas náuticas al suroeste de la terminal y visible desde la torre de control.
Aunque se trataba de un evento no confirmado, la alerta activó casi de inmediato a los servicios de emergencia, Búsqueda y Rescate, junto con otras instituciones oficiales. La situación se aclaró horas después, cuando se confirmó que la columna de humo reportada por algunos testigos correspondía a un ejercicio que la Escuela Militar realizaba en la zona desde inicios de semana.
Este incidente recuerda un operativo similar ocurrido casi sesenta años atrás, que involucró incluso a expertos de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), desplegados para localizar los restos de un avión Douglas DC-6 que, según los reportes, habían aparecido en las playas de El Cuco, en el departamento de San Miguel.
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El Douglas DC-6 era un avión de transporte de cuatro motores de pistón, fabricado entre 1946 y 1959. Para 1963, aún se consideraba como una de las aeronaves más avanzadas de su época, gracias a su alcance, fiabilidad y una cabina presurizada que permitía volar por encima de condiciones meteorológicas adversas. Con treinta y dos metros de longitud, treinta y cinco metros de envergadura y un peso máximo al despegue (MTOW) de 48,500 kilogramos, podía transportar entre cincuenta y cuatro y ciento dos pasajeros.
En 1963 no había DC-6 con base permanente en El Salvador, ya que compañías locales como TACA International y Aerolíneas El Salvador (AESA) incorporarían este modelo años más tarde. Por lo tanto, cualquier aparato de este tipo operando en el espacio aéreo nacional pertenecía necesariamente a empresas extranjeras.
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A finales del mes, entre el sábado 26 y domingo 27 de octubre de 1963, fue reportado por habitantes de las proximidades de la playa El Cuco, departamento de San Miguel, el hallazgo de los restos de un avión, al que alguien catalogó como un DC-6.
Según algunas fuentes periodísticas de la época, los lugareños señalaron que los fragmentos de la aeronave, cuya identificación era ilegible debido al efecto del agua salada y luz solar, habían aparecido en la costa. La respuesta inicial de las autoridades aeronáuticas nacionales, la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) y la Fuerza Aérea Salvadoreña (FAS), fue de desconocimiento oficial sobre el incidente. Se manejó la hipótesis no confirmada de que podría tratarse de una aeronave desaparecida meses atrás en Sudamérica.
Un dato crucial para la reconstrucción de los hechos es que, según los reportes, la población civil comenzó a desmantelar y apropiarse de los restos para su reutilización, un factor que complicaría posteriormente la labor investigativa.
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Resulta interesante que, hasta la fecha, no existe registro que documente la desaparición sin resolver de un avión DC-6 u otra aeronave de dimensiones similares en el continente americano durante 1963. La inexistencia de un reporte oficial sobre una aeronave perdida o robada que coincida con la descripción hace que el supuesto hallazgo en El Cuco plantee más interrogantes que respuestas. (te podría interesar: https://flotilla-aerea.com/2021/01/01/y-donde-esta-el-avion/).
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La publicación de la noticia en la prensa capitalina el martes 29 de octubre precipitó la actuación formal de las instituciones. El coronel Alcides Candray, director de Aeronáutica Civil, confirmó que, basándose en la información periodística, se inició una investigación oficial en colaboración con la FAS para determinar la nacionalidad y matrícula del aparato.
De forma paralela, se informó sobre la movilización de patrullas con personal de tropa del XIII Regimiento de Infantería, con base en San Miguel, que iniciaron la búsqueda de los restos del avión por cuenta del comandante de dicha Unidad. Este despliegue simultáneo de instancias civiles y militares evidenció un interés por esclarecer el caso.
Una semana después, el sábado 02 de noviembre, la investigación adquirió un carácter más técnico con la participación de expertos de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
Una inspección aérea y terrestre en la zona de El Cuco y playas aledañas resultó infructuosa para localizar los restos de considerable tamaño, llegándose a contemplar la idea de que estos hubiesen sido dispersados por la marea o removidos por los habitantes de la zona.
Durante un recorrido por la playa El Icacal, se verificó que los campesinos poseían algunas piezas mecánicas, pero estas parecían corresponder a artefactos eléctricos, lo que comenzaba a poner en duda la naturaleza aeronáutica de los hallazgos.
La investigación obtuvo un testimonio clave: varios campesinos declararon haber visto el domingo 08 de septiembre, alrededor de las 1000 horas, un avión similar a un DC-6 volando bajo y con el tren de aterrizaje desplegado en medio de fuertes lluvias, según ellos, intentando un aterrizaje de emergencia – para esa fecha no había pistas de aterrizaje en la zona y el aeródromo de Jagüey aún no existía (te podría interesar: https://flotilla-aerea.com/2020/03/13/mset-el-tamarindo/)–. A pesar de que esta declaración estableció un punto de partida temporal preciso para revisar los planes de vuelo de todas las aeronaves que sobrevolaron el territorio ese día, la pesquisa no arrojó ningún resultado. La imposibilidad de encontrar evidencias físicas concluyentes que corroboraran el relato llevó a las autoridades a declarar, después de casi mes y medio, la investigación como terminada, al no haber localizado restos que confirmaran la existencia real del siniestro reportado.
Al final, la historia del DC-6 en El Cuco parece ser un claro ejemplo de cómo una mentira repetida muchas veces se puede convertir en una “verdad” para mucha gente. Esto tiene un nombre en psicología, es el “efecto de verdad ilusoria”: entre más se escucha algo, más se inclina a creerlo, aunque no haya pruebas.
El rumor pasó de boca en boca, de los campesinos a los periódicos y de ahí hasta las autoridades, haciéndose cada vez más grande y creíble en el camino. Esto es muy común en temas de aviación, donde el temor a los accidentes, el sensacionalismo y la rapidez con la que se corren las noticias hacen que la gente termine creyendo firmemente en una historia que, simple y sencillamente, nunca sucedió.
Artículo elaborado por Flotilla-Aérea vía Mario A._