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El equipo siempre viaja completo

Si imagináramos el tipo de carga más peculiar transportada por vía aérea a lo largo de la historia, la lista sería casi interminable. Pero si nos limitamos únicamente a dos variables—animales (que no sean mascotas) y que su origen, destino o tránsito haya sido El Salvador—nos encontramos con historias dignas de un guion cinematográfico.

En abril de 1947, el avión Douglas DC-3 matrícula YS-30 de “Aerovías Latinoamericanas” (ALA), bautizado con el nombre de “Cuscatlán”, se accidentó al aterrizar en Ilopango. Procedente de Managua, llevaba entre otras cosas un cargamento de monos. Tras el impacto, varios lograron escapar de las llamas y según cuenta la leyenda, algunos hicieron del cerro de San Jacinto su nuevo hogar.

En octubre de 1970, una aeronave Douglas DC-6 de TACA CARGO aterrizó en Ilopango con cien lagartos de diferentes tamaños provenientes de Nueva Orleans. Los reptiles estaban destinados a la hacienda Santa Marta, en el Bajo Lempa, donde se criarían con fines industriales.

Imagen 1. Llegada de 100 lagartos al país (EDH vía F/A)

En diciembre de ese mismo año, fueron transportados en dos vuelos desde Miami, a bordo de un DC-6 de LANICA, un total de 50 ejemplares de cabezas de ganado Holstein. El objetivo era mejorar la producción nacional de carne y leche. Años más tarde, en febrero de 1977, un Douglas DC-8-F de la aerolínea estadounidense AIRLIFT (RD/AIR) despegó de Ilopango con ciento veinte toretes y novillas procedentes de la hacienda El Nilo, rumbo a Venezuela.

Estos son solo algunos de muchos ejemplos de animales transportados vía aérea en el país, previo a los vuelos mencionados hubo un cargamento aún más singular.

En 1937, la aviación salvadoreña tenía su corazón en Ilopango, un aeropuerto muy distinto al actual. La terminal era un pequeño edificio de estilo español, con sus exteriores de estuco (mezcla de cal, yeso y cemento), techos de teja y arcos decorativos; junto a él, un hangar de 100×100 pies lucía el nombre “SAN SALVADOR” en su techo metálico, ambos se ubicaban en el lado oeste de la actual pista 33, entre la calle de rodaje “Charlie Whisky” y la calle de taxeo “Eco”.

Imagen 2. Antigua terminal de Ilopango (Google Earth / archivos F/A)

El campo de aviación contaba de dos pistas de grama preparadas para el despegue y aterrizaje de aeronaves, la franja con dirección de norte a sur tenía una extensión de 2,493 x 492 pies, mientras que la franja orientada de este a oeste contaba con un área de 2,900 x 492 pies (te podría interesar: https://flotilla-aerea.com/2018/04/09/procedimientos-de-la-vieja-escuela/).

El aeropuerto era utilizado tanto por la aviación militar, el aeroclub y las compañías: “Transportes Aéreos Salvadoreños” (TAS) que ofrecía vuelos entre la capital, Santa Ana, Usulután y San Miguel; “Transportes Aéreos Centroamericanos” (TACA) que prestaba un servicio regular hacia varios destinos en Honduras y Nicaragua y la aerolínea norteamericana Pan American Airways (PAA) que proveía el servicio aéreo con el resto de países de la región con aeronaves Ford Trimotor y los modernos Douglas DC-2, un avión comercial bimotor, que a menudo se confunde con el DC-3, pero su capacidad y desempeño eran menores.

Imagen 3. Douglas DC-2 matrícula NC14291 de PAA (SDASM Archives)

Para septiembre de 1937, PAA operaba una ruta que diariamente conectaba a todas las capitales centroamericanas y tres destinos en Panamá. En uno de estos vuelos viajó un equipo muy especial: dieciséis gallos de pelea y seis gallinas, que habían llegado por tierra desde Santa Ana y que tenían como destino final Nicaragua.

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Las peleas de gallos son combates organizados entre aves de una misma raza, promovidos por humanos para entretenimiento y apuestas.

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Don Armando Llanos, delegado de tráfico de PAA en Ilopango, vio llegar un envío urgente con destino a Managua. Ante él se apilaban veintidós cajas de madera: dieciséis con gallos de pelea y seis más con sus compañeras gallinas que, en un giro inesperado, parecían estar allí para darles apoyo moral. «¿Serán sus animadoras?», pensó don Armando, mientras observaba el peculiar cargamento.

Imagen 4. El viaje de los gallos de pelea (Archivos F/A)

Los gallos de pelea de Santa Ana eran famosos en toda Centroamérica por su fiereza y valor, viajaban periódicamente por aire a campeonatos internacionales. Entre los empleados del aeropuerto circulaba un rumor peculiar: al parecer, estos pequeños guerreros incrementaban su ferocidad con cada vuelo, pues jamás se tenía noticia de sus derrotas en tierras extranjeras. «Algo les da el cielo», se murmuraba los entre corredores.

«Más vale pájaro en mano que ciento volando», reza el dicho, pero ¿cuánto valen exactamente veintidós aves en un DC-2 de Pan American? Tras revisar minuciosamente los documentos y calcular tarifas, don Armando no tardó en sacar cuentas. Para la aerolínea, aquel cargamento —los gladiadores emplumados y su escuadrón de apoyo emocional— justificaba plenamente cada centavo del envío exprés. Después de todo, hasta los campeones más rudos necesitan su público… aunque los aplausos vinieran de jaulas contiguas.

Artículo elaborado por Flotilla Aérea vía Mario A._

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