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Olafo por siempre…

Los sucesos narrados en la presente crónica tuvieron lugar el sábado 18 de Noviembre de 1989… Desde hacía una semana, en la noche del 11 de noviembre, el FMLN había lanzado su mayor serie de ataques coordinados en las principales ciudades de El Salvador, evento al que llamaron “ofensiva hasta el tope”.

En la ciudad de San Miguel aún se producían cruentos combates entre la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) y los insurgentes; como era de esperarse la Fuerza Aérea Salvadoreña (FAS) llevó a cabo con tremendo heroísmo misiones de apoyo a las unidades de superficie con sus diferentes aeronaves.

El Teniente G. Sermeño, piloto de helicóptero, junto al Caballero Cadete G. Rivera, se encontraban destacado en la Tercera Brigada de Infantería (3ªBI) en San Miguel desde que se lanzó la ofensiva, efectuando misiones de apoyo aéreo estrecho en el UH-1M número de cola 222, marcando los objetivos a ser destruidos por los O-2 A/B, A-37B y AC-47.  Mientras tanto en la Base Aérea de Comalapa (BACOM), el Capitán Milton Antonio Andrade Cabrera “OLAFO” encabezaba la lista para volar la siguiente misión de A-37B, a pesar de que desde hacía algún tiempo las Unidades del Ejército no habían requerido el apoyo de los “dragones”.

Pasado el mediodía, el Capitán Andrade se dirigió al Comedor de Oficiales y mientras almorzaba, escuchó el estruendo característico e inconfundible de los motores de un A-37B despegando, dirigiéndose inmediatamente al hangar.  A su arribo, le preguntó al oficial encargado de las comunicaciones, la razón por la cual no le informó sobre la misión; el oficial de comunicaciones le respondió que “la orden de despegue llegó justo cuando él no estaba en el hangar, pero el Capitán P. Castillo sí se encontraba y él se ofreció como piloto para dicha misión, que consistía en ejecutar un bombardeo en la zona de San Miguel”. 

El Capitán Andrade ordenó al oficial de comunicaciones que le llamara al Comedor de Oficiales cuando surgiera la siguiente misión.  Poco tiempo después, el Capitán P. Castillo solicitó a través de la radio un A-37B con cohetes, pues había fusilería antiaérea en un edificio que se encontraba rodeado de casas y era imposible lanzar una bomba en esa zona, ya que implicaba la destrucción de las edificaciones aledañas.

Imagen 1. Grabado de los últimos minutos del A-37B FAS 429 en San Miguel (Luca Canossa)

El Capitán Andrade rápidamente se dirigió al hangar y despegó en el A-37B número de cola FAS 429 (serie 69-6384) en una misión de supresión de fusilería antiaérea. Cuando llegó a la zona asignada para la misión, el Teniente G. Sermeño, volando un UH-1M, le recomendó al Capitán Andrade no volar muy bajo, pues había muchos insurgentes disparando a las aeronaves.

El Capitán P. Castillo le comunicó al Capitán Andrade que marcaría, disparando una ráfaga de balas con la minigun, el edificio donde se encontraba la artillería antiaérea.  Luego de haber identificado su objetivo escondido dentro de un edificio que tenía forma de letra “H” visto desde el aire, el Capitán Andrade procedió a su destrucción; en ese momento, el Capitán P. Castillo comunicó por la radio que había llegado al límite de combustible y que se dirigiría nuevamente a la BACOM.

Neutralizado el blanco, el Capitán Andrade buscó a otros insurgentes que le habían disparado con armas cortas, al momento de lanzar sus cohetes contra el edificio.  Fácilmente los localizó cerca de un puente y procedió nuevamente al ataque, pero los extremistas se mezclaron entre un grupo de personal civil a fin de usarlos como escudo humano.  Por esa razón el Capitán Andrade decidió disparar a las casamatas que se encontraban a cada extremo del puente como una medida disuasiva.

Al iniciar un nuevo pase, el Capitán Andrade sintió un fuerte golpe, como un puñetazo en su costado derecho y como una reacción instintiva, inmediatamente incrementó la potencia de los motores al 100% y elevó la nariz de la aeronave para ganar altura, a fin de determinar que había provocado dicho golpe.

El Piloto buscó afanosamente un orificio de proyectil en la aeronave pero no lo encontró, se revisó sus brazos y piernas pero no encontró rastros de sangre, solamente un orificio en su gabacha de vuelo entre las amarras del paracaídas.  De pronto, empezó a tener la sensación de falta de aire y por más que intentara respirar hondo parecía que el aire escapaba de sus pulmones; intentó cambiando el interruptor del regulador de oxígeno a 100% pero no ayudó en nada… Olafo estaba herido.

El Capitán Andrade acababa de ser víctima de un francotirador que, sin cesar, disparó con su fusil Dragunov cada vez que el A-37B volaba bajo. El proyectil que logró impactar al piloto atravesó su pulmón derecho, el hígado y le rozó el estómago e intestino grueso.  De haberse llevado a un copiloto en el A-37B, éste seguramente hubiese muerto de manera instantánea.

Tras analizar que no duraría mucho tiempo consciente, el Capitán Andrade decidió enfilar la aeronave hacia la BACOM con la esperanza de llegar, al mismo tiempo que comunicó en repetidas veces por radio: “Me dieron, estoy muriendo…”; la transmisión fue recibida por el Capitán de Infantería C. Aguilar, quien se encontraba en el Puesto de Mando del estadio de San Miguel y fues él quien notificó al Teniente G. Sermeño que un A-37B había sido derribado. La transmisión fue escuchada también por el Capitán P. Castillo que acababa de aterrizar y estaba apagando los motores de su aeronave en la rampa de la BACOM.

A medida que empezó a desmayarse, Olafo logró ver dos luces que se dirigían hacia él al mismo tiempo que sintió una inmensa paz; él deseaba ir hacia esas dos luces pero recordó a su familia y se propuso sobrevivir, pues quería ver crecer a sus hijos y disfrutar la vida junto a aquellos a quienes amaba.

Es entonces cuando decidió eyectarse (Te podría interesar: https://flotilla-aerea.com/2015/07/18/eyeccion-eyeccion-eyeccion/), siendo esa la primera vez que se lanzaría en paracaídas.  Informó el procedimiento por la radio e inmediatamente el Teniente G. Sermeño intentó seguir al A-37B para cubrir al piloto en descenso, pues el UH-1M se encontraba cargado de municiones y no lo puede evacuar.

El piloto del helicóptero preguntó por radio si había algún UH-1H en la zona que pueda transportar al Capitán Andrade y se escuchó casi de inmediato una respuesta: “Aquí un Guardián, en final para la Tercera Brigada, próximo a llegar!!!”.

Mientras tanto, el Capitán Andrade ubicó la zona donde la aeronave podía caer sin riesgo de que haya más víctimas que lamentar, recuesta su cabeza en el asiento, junta las piernas y acciona el sistema de eyección halando ambas palancas a la vez.

El Teniente G. Sermeño, casi a 110 nudos de velocidad, con rumbo sur y  en persecución del A-37B, observó desde una distancia aproximada de 2 millas como la aeronave hizo un lento viraje a la izquierda,  entró en picada e impactó contra el terreno, levantando una enorme bola de fuego, humo, destellos y luces, pero no vio al Capitán Andrade salir de la aeronave… pensó que había muerto… se dirigió al lugar donde cayó la aeronave y a lo lejos logró ver un paracaídas abrirse, era Olafo aún con vida cayendo a tierra.

Poco antes de aterrizar, el Capitán Andrade logró divisar unos cables de alta tensión que se encontraban en su trayectoria de descenso y con las pocas fuerzas que tenía logro halar las líneas del paracaídas para sobrepasar dichos cables.

El Olafo cayó en un lugar llamado El Niño, al este del volcán Chaparrastique, y al sur de la Ciudad de San Miguel.  Ya en tierra, el Capitán Andrade hizo un gran esfuerzo por mantenerse despierto mientras llegara un helicóptero para evacuarlo.

Imagen 2. Sitio del impacto y aterrizaje de Olafo (Google Earth – Flotilla-Aérea)

Al poco tiempo llega el Teniente G. Sermeño en el UH-1M y decide crear una especie de perímetro alrededor del piloto en tierra, disparando ráfagas de balas con las minigun para alejar al enemigo y casi inmediatamente llega el Teniente G. Castro y el Caballero Cadete A. Mejía en un UH-1H que evacuaría a Olafo.

El Teniente G. Castro y el Caballero Cadete A. Mejía, se encontraban realizando una misión de reglaje de fuego de artillería en el área general de San Miguel, a bordo de dicho helicóptero se encontraba el Coronel “Chato” Vargas, comandante de la 3ªBI; un Subteniente, dos soldados artilleros y el Mayor Trax, asesor militar de las Boinas Verdes del US ARMY. Con el UH-1H en tierra, uno de los artilleros que se encontraba en el helicóptero pensó que el Capitán Andrade aun podía caminar y solamente le gritaba: “Levantate, levantate…” pero el Mayor Trax, que a última hora había abordado el UH-1H en Ilopango, bajó del helicóptero para brindar primero auxilios al Capitán Andrade y encontró el orificio de entrada del proyectil; le quitó el paracaídas y le pidió a uno de los artilleros artillero que le ayudara a transportarlo hacia el helicóptero.

Una vez todos a bordo del UH-1H, éste despegó y se dirigió al Hospital Militar Regional (HMR) de San Miguel, pues dada la gravedad de las heridas, los tripulantes estimaron que el piloto no sobreviviría si se dirigían al Hospital Militar Central (HMC) en San Salvador, aunque el Capitán Andrade pidió que lo llevaran directamente hacia la capital. Durante el viaje, el Mayor Trax llevaba su mano sobre el orificio de entrada del proyectil, pues si no lo hacia el pulmón podría colapsar por los cambios de altitud y las variaciones de presión.

Llegados al HMR, el personal médico llevó al piloto herido a la sala de cirugía donde no hubo tiempo de aplicarle la anestesia; tuvieron que abrirle unos orificios en los costados e insertarle unos tubos para sacar la sangre por la hemorragia interna e iniciar los procedimientos quirúrgicos necesarios.

Al cabo de seis meses, el Capitán Andrade ya estaba totalmente recuperado, la bala que casi lo mata la dejaron dentro de su tórax junto con la aguja con que lo cosieron, pues pensaron que no sobreviviría. La aguja fue removida al tiempo que le empezó a molestar, cuando se dio cuenta que la tenía en su tórax.

Según el relato de Milton Andrade (hijo del Coronel) “…Esto es de lo que mi padre contaba cada vez que alguien le preguntaba, e incluso dejaba que tocaran la bala entre sus costillas…” agrega: “… La cicatriz de la operación abarcaba todo el tórax, y en sus costados tenia las cicatrices de los tubos y del orificio de entrada del proyectil…”

Para el año 2001, cuando el puente desde el cual disparaban los subversivos fue reconstruido, las casamatas aún tenían los orificios de bala de la minigun del A-37B.

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«La redacción de la presente fue posible gracias al testimonio del Coronel Milton Andrade Cabrera y su esposa, el Coronel P. Castillo, el Teniente Coronel G. Sermeño, el Teniente Coronel G. Castro y la valiosa recopilación de Milton Andrade hijo, a quien le debo esta crónica».

Texto original gracias al Tte. PA. E. Grimaldi

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